PEQUEÑA HISTORIA DEL ALUMINIO
El aluminio se utilizaba en la antigüedad clásica en tintorería y medicina bajo la forma de una sal doble, conocida como alumbre y que se continúa usando hoy en día. En el siglo XIX, con el desarrollo de la física y la química, se identificó el elemento. Su nombre inicial, aluminum, fue propuesto por el británico Sir Humphrey Davy en 1809. A medida que se sistematizaban los nombres de los diferentes elementos, se cambió por coherencia a la forma aluminium, que es la preferida hoy en día por la IUPAC a causa del uso uniforme del sufijo -ium. No es, sin embargo, la única aceptada, puesto que la primera forma es muy popular en los Estados Unidos. El año 1825, el físico danés Hans Christian Ørsted, descubridor del electromagnetismo, consiguió aislar por electrólisis unas primeras muestras, bastante impuras. El aislamiento total fue conseguido dos años después por Friedrich Wöhler.
La extracción del aluminio a partir de las rocas que lo contenían se reveló como una tarea ardua. A mediados de siglo, podían producirse pequeñas cantidades, reduciendo con sodio un cloruro mixto de aluminio y sodio, gracias a que el sodio era más electropositivo. Durante el siglo XIX, la producción era tan costosa que el aluminio llegó a considerarse un material exótico, de precio exorbitante, y tan preciado o más que la plata o el oro. Durante la Exposición Universal de 1855 se expusieron unas barras de aluminio junto a las joyas de la corona de Francia. El mismo emperador Napoleón III había pedido una vajilla de aluminio para agasajar a sus invitados. De aluminio se hizo también el vértice del Monumento a Washington, a un precio que rondaba en 1884 el de la plata.
Varias circunstancias condujeron a un perfeccionamiento de las técnicas de extracción y un consiguiente aumento de la producción. La primera de todas va ser la invención de la dinamo en 1866, que permitía generar la cantidad de electricidad necesaria para realizar el proceso. El año 1889, Karl Bayer patentó un procedimiento para extraer la alúmina o óxido de aluminio a partir de la bauxita, la roca natural. Poco antes, en 1886, el francés Paul Héroult y el norteamericano Charles Martin Hall habían patentado de forma independiente y con poca diferencia de fechas un proceso de extracción, conocido hoy como proceso Hall-Héroult. Con estas nuevas técnicas se incrementó vertiginosamente la producción de aluminio. Si en 1882, la producción anual conseguía apenas las 2 toneladas, en 1900 consiguió las 6700 toneladas, en 1939 las 700 000 toneladas, 2 000 000 en 1943, y en aumento desde semillas, llegando a convertirse en el metal no férreo más producido en la actualidad.
La abundancia conseguida produjo una caída del precio y que perdiera el distintivo de metal preciado para convertirse en metal común. Ya en 1895 abundaba basta cómo para ser empleado en la construcción, como es el caso de la cúpula del edificio de la secretaría de Sídney, donde se utilizó este metal. Hoy en día las líneas generales del proceso de extracción se mantienen, aunque se recicla de manera general desde 1960, por motivos medioambientales pero también económicos, puesto que la recuperación del metal a partir de la chatarra cuesta un 5% de la energía de extracción a partir de la piedra.
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